Uno fue el operador judicial más poderoso de la administración Cambiemos sobre cuya cabeza pesa una orden de captura internacional. El otro, es uno de los narcos más poderosos de la Argentina, detenido la semana pasada a quien se lo sindica como cabeza de una organización dedicada a la venta de drogas y el lavado de dinero. Ambos están conectados por un territorio sobre el que desplegaron sus tentáculos: el Mercado Central. ¿Cuál era la relación con los hermanos Torello y los Caputo? Un informe de la Oficina Anticorrupción y varias causas que tramitan en la justicia federal investigan las conexiones entre dos mundos que pueden parecer antagónicos, pero están ligados por los negocios irregulares surgidos al amparo de funcionarios del Estado.
Por Mauro Federico para Data Clave // Viernes 11 de junio de 2021 | 09:53
La Corporación Mercado Central de Buenos Aires es un territorio propicio para los negocios. No solo los “lícitos” de los miles de productores que comercializan a diario sus frutas y verduras, sino también los “ilícitos” de quienes lo consideraron un botín político. Desde los tiempos menemistas -cuando Juan Carlos “El Gordo” Piriz y sus matones, liderados por “Batata” Juárez, manejaban las patotas que amenazaban a todo aquel que pusiera en peligro su reinado- este centro de distribución comunitaria albergó a pintorescos personajes, ligados al submundo de las “matufias” locales que controlaban el “mercado paralelo”.
Pero hace un par de décadas, la droga cambió todo el escenario. Al igual que en las barriadas humildes, allí también las bandas criminales comenzaron a financiarse con la venta de estupefacientes y el narcotráfico llegó para quedarse. Los primeros en advertir la situación fueron los propios changarines que trabajan en el mercado. Según varias denuncias del Sindicato de Trabajadores Rurales (STR), durante la administración macrista el Mercado se convirtió en un enclave estratégico para la comercialización ilegal de drogas y armamentos que llegaban a escondidas dentro de los cargamentos. “Las bandas solían utilizar los maduraderos de banana como ámbito para efectuar el traspaso de la mercadería que entra y sale camuflada dentro de los cajones de la fruta”, relató un delegado de la organización gremial en diálogo con Data Clave.
Las naves frutihortícolas se transformaron también en escenario de violentas disputas que arrojaron víctimas invisibilizadas por los medios. “Las muertes se repitieron en los últimos años, hay compañeros a los que les metieron un tiro en la cabeza porque advirtieron maniobras extrañas en su ámbito de trabajo y después tiraban los cadáveres detrás del paredón”, detalló el dirigente consultado.
Y agregó: “estos hechos ocurrieron fundamentalmente entre 2017 y 2019 en los que fueron asesinados al menos doce compañeros en hechos que eran presentados como una riña entre changarines, pero que en realidad se trataba de ajustes de cuentas o represalias porque los pibes habían visto o se habían enterado de alguna cosa rara de las muchas que pasaban acá todos los días y lamentablemente, los que se animaban a denunciar, terminaban presos con causas armadas por la policía o directamente muertos”, completó.
Uno de los que “mandaba” en ese territorio era Javier “El Rengo” Pacheco, un histórico referente de las bandas narco de San Martín, que consolidó su poder tras disputarle el territorio a su archienemigo “Mameluco” Villalba, y expandió sus dominios por todo el oeste del Gran Buenos Aires. “La droga llegaba al Mercado para ser distribuida y las autoridades no desconocían esa situación, Pacheco traía la merca camufalada en cargamentos de tomate dentro de los camiones que ingresaban a las naves, acá nada pasa sin la venia del jefe”, remarcó el referente de los changarines.
“El Rengo” cayó la semana pasada, en un mega operativo que colofonó una investigación judicial de ocho meses, desbaratando una red con aceitados mecanismos para lavar el dinero generado de modo ilícito. A pesar de la resonante y cinematográfica detención de Pacheco, la disputa por el control de la venta de drogas en las calles del conurbano, continuó a sangre y fuego. Esa misma semana hubo un tiroteo en el corazón de sus dominios, la villa 9 de julio, entre los de la villa Loyola, que están copando el territorio del Rengo y los Chazarreta, que controlan el otro paquete de droga de San Martín, con influencias que se extienden hasta José C. Paz y la zona sur.
Pero además de los lugartenientes que caminan los puntos de venta fuera de Loyola para recaudar –entre los que se destacan el “Gangoso” y el “Guachón”, con la colaboración de Yanina y Chanchi- aparecen los eslabones de la estructura que ayudan a blanquear el dinero recaudado. “Las puntas de la investigación muestran varios contactos ligados al mundo del automovilismo que venden facturas a los narcos para justificar ingresos”, explicó uno de los investigadores. En este punto de la pesquisa, los personajes de la trama abandonan los apodos propios de la jerga carcelaria para dar paso a los apellidos dobles y mutan su vestimenta del buzo deportivo y la gorrita, al saco y la corbata.