La cobertura al NO del PS a concurrir a La Moneda ha sido parcial e intencionada: no se ha dicho que su negativa a dialogar era porque la colectividad puso como condición al diálogo el retiro de los militares de la calle y sin estados de excepción. Menos se ha dicho que el gobierno excluyó al PC del diálogo. También no ha habido ningún análisis serio del repentino apoyo de las clases medias y altas a la protesta, situación que evidencia la pérdida de hegemonía del gobierno en esos segmentos sociales que hasta hoy, le habían sido incondicionales.
Por Edison Ortiz / eldesconcierto.cl // Sábado 26 de octubre de 2019 | 23:41
Veía en la televisión extranjera las noticias que se transmitían sobre Chile (de más está decir, que la TV chilena es inveible desde el punto de vista del abordaje de la diversidad del conflicto). En uno de ellos (argentino), un estudiante local de periodismo se apropiaba del micrófono y señalaba lo siguiente “quiero pedirles a los medios chilenos que dejen de ser los relacionadores públicos de La Moneda”.
EL mensaje del joven nos interpretó a muchos que, entre otras cosas, hemos preferido observar las noticias sobre la crisis a través de canales extranjeros que son más confiables que los nacionales al momento de mostrar las diversas caras del complejo momento que vivimos.
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Parte de la sospecha, muy fundada, sobre la parcialidad de los medios en el tratamiento de la crisis, se percibe en la propia actuación de los entrevistados, los que en muchas ocasiones al ser abordados en directo por los canales locales preguntan “¿pero ustedes, mostrarán esto, o luego lo van a editar, cómo la hacen siempre?”
Ni hablar de los periodistas o panelistas de tv habituales que más parecen inquilinos y capataces de los dueños de los medios al momento de analizar el complejo escenario y cuyo paroxismo lo representa bastante bien Matías del Río, por ejemplo. Como no recordar las desubicadas intervenciones de la entrevistadora/entrevistada Mónica Rincón – “sáquenle la chucha” – o de Mónica Pérez y su opinión respecto de la rebaja del sueldo de los parlamentarios, de tantas otras figuras televisivas que más que entrevistar entregan sus propias opiniones – casi siempre neoliberales- en los canales donde ejercen.
Qué decir de Carlos Peña quien ha sostenido desde hace años que este modelo era muy viable y fructífero y que ahora analiza la crisis como “una conmoción pulsional generacional” (¿?), o las barbaridades de Axel Kaiser quien a vista y paciencia de todo el mundo señala que la actual crisis “se engendró durante el gobierno de Bachelet”, sin que ningún periodista le plante cara por la superficialidad de la estupidez que dice.
Analistas de pacotilla que siempre han defendido el orden y que no fueron capaces de percibir la crisis que se estaba incubando en la sociedad chilena desde hace muchos años y cuya profundidad, si fue dimensionada por personajes como Alberto Mayol, el periodista Mirko Macari, Benito Baranda y medios como Ciper, El Mostrador y El Desconcierto, entre otros.
La frase se sabe, es de otro que ya aburre (Ernesto Tironi), jefe de Comunicaciones del gobierno de Aylwin quien enarboló esa famosa máxima cuya consecuencia pagamos caro a lo largo de toda la transición: se liquidó a los medios alternativos que habían desempeñado un rol significativo en informar durante la dictadura y cuyo corolario fue el control monopólico informativo que ejercieron luego Copesa/El Mercurio y que entre otras cosas se tradujo en el control casi totalitario de los medios por los grupos empresariales quienes se adueñaron de Chilevisión – ayer Piñera – canal 13 – Andrónico Luksic – o Mega – ayer Ricardo Claro hoy Carlos Heller – o TVN que no es otra cosa que la expresión visual del duopolio y que grafica muy bien el programa Estado Nacional al cual solo me conectó cuando mi hijo no quiere comerse su merienda y a modo de amenaza de tener que mirarlo completo si no digiere su alimento.
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Lo anterior, significó, la subordinación de los medios, sus líneas editoriales, y un ejército de periodistas y presentadores de televisión a los intereses de sus dueños. Un proceso muy similar ocurrió con el sistema político donde, también, se compró trasversalmente a sus protagonistas.
En Chile no se ha cumplido el rol que Jurgen Habermas les asignó a los medios en el clásico Historia y Critica de la Opinión Pública: mediar entre el poder y la sociedad civil, construyendo un puente entre ambos a través de la esfera pública.
Ni hablar de la prensa en regiones donde el asunto es mucho más dramático: la falta de una apuesta editorial por el periodismo ha hecho que casi todos ellos – tv, prensa escrita y digital – dependan, para su financiamiento, de los gobiernos regionales de turno o del avisaje empresarial produciendo un efecto perverso: los medios regionales están más cerca de la propaganda política y comercial que del auténtico periodismo cuyo corolario ha sido el éxodo de los buenos periodistas: mejor enchufarse en el aparato estatal, la clientela de algún parlamentario o alcalde o cobijarse a la sombra de alguna red empresarial porque futuro en el periodismo local no existe. He visto, buenos y excelentes profesionales de las comunicaciones perderse en el limbo por ello.
Por lo anterior, en el Chile de la transición no surgió un periódico tipo New York Times o Washington Post que dependa exclusivamente de su buen periodismo – y por ende de la posibilidad de avisaje – para seguir sobreviviendo y confrontándose nada más y nada menos que con ese personaje sacado de una novela de Edgard Allan Poe como lo es Donald Trump y sus amenazas permanentes sobre estos medios.
Y con ese trasfondo, la cobertura que hemos tenido de la profunda crisis que nos afecta en los medios tradicionales ha sido esa: un festival de destrozos y daños a la propiedad pública y privada. No digo que no ha habido desmanes, y que no han faltado los desubicados de siempre, así como también los montajes, pero el tono de la protesta no ha sido interpretada, procesada, ni leída por los medios ni sus diversos paneles: la necesidad de concretizar cambios estructurales al modelo chileno. Eso no sale en la tele.
La cobertura al NO del PS a concurrir a La Moneda ha sido parcial e intencionada: no se ha dicho que su negativa a dialogar era porque la colectividad puso como condición al diálogo el retiro de los militares de la calle y sin estados de excepción. Menos se ha dicho que el gobierno excluyó al PC del diálogo. También no ha habido ningún análisis serio del repentino apoyo de las clases medias y altas a la protesta, situación que evidencia la pérdida de hegemonía del gobierno en esos segmentos sociales que hasta hoy, le habían sido incondicionales.
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Hasta hoy, tampoco hay entrevistas a personas que hubiesen sido objeto de represión, cuando ya son múltiples las denuncias y presentaciones por ello habiendo casos dramáticos como las del metro Baquedano o las imputaciones que han surgido sobre el trato vejatorio en la 43° comisaría de Peñalolén – se rumorea, al parecer a cargo, de un oficial con serias dificultades psicológicas – y el papel desempeñado por el “piquete jurídico de la Fech” compuesto en su mayoría por estudiantes de derecho de esa casa superior de estudios que han librado un papel loable en la denuncia y defensa de las víctimas.
Menos ha habido cobertura a la solidaridad generada, ante la falta de transporte público, entre los vecinos de distintas regiones que se las han arreglado para trasladar solidariamente a colindantes, generándose allí diálogos y amistades que en un país normalizado como el que teníamos no se habrían podido concretizar. Menos un análisis sobre la crisis profunda del mundo político y empresarial que provoco esta revuelta. Tampoco ningún medio ha abordado con el presidente Piñera las dimensiones del audio que se filtró con los dichos de su esposa, Cecilia Morel y que son gravísimos y chocantes.
Por el contrario, se ha cubierto con bombos y platillos el show de los debates parlamentarios donde lo único que se evidencia a través de las imágenes es que se mundo sigue, cada cual, con su propio monólogo, encapsulado en su burbuja de plástico, mirándose el ombligo.
Ya en pleno desarrollo del conflicto, cuando la presión social aumenta sobre el establishment, se respira un ambiente de tensa espera, y se vislumbran las demandas de fondo – nueva constitución, nuevo pacto social y nuevo modelo económico, entre otros – una que necesariamente debe agregarse es la demanda por construir una nueva prensa y medios.
Estos últimos, en su gran mayoría, por la relación incestuosa que mantienen con el mundo político y empresarial, han sido también responsables del estallido social producido recientemente, al no haber desempeñado el rol que se espera de ellos.
Por cierto, lo que acaba de ocurrir sorprendió a los medios internacionales que, a su vez, se abastecían de los insumos proporcionados por esta prensa hoy en crisis de credibilidad.
Aunque en realidad, la revuelta, no ha sorprendido a nadie que no tuviera cable a tierra y que desde hace mucho tiempo observaba que en el país se venía incubando una rabia acumulada contra nuestra oligarquía.
Una buena prensa, profesional e independiente, habría ayudado a que la sangre no llegase al río, como lamentablemente está ocurriendo.
Los medios, como lo dijo a la tv argentina es estudiante de periodista no pueden seguir siendo “los relacionadores públicos del poder”.