SERÁ JUSTICIA

La nota de Cristina sobre el show y "el macaneo" de Cambiemos

Quiero responder con esta columna al estimado sociólogo Horacio González: sí lo vimos. El "macaneo" del macrismo se vio venir antes de los timbres: con los globos. Con esos globos vacíos. Con esas falsas promesas.

La nota de Cristina sobre el show y

Domingo 18 de diciembre de 2016 | 23:47

Con ese color amarillo copiado del liberalismo conservador alemán (FDP), partido precipitado en crisis. Con ese color amarillo de pro(segur), empresa que vende seguridad privada, ante la crisis de todo lo que provenga de la esfera "pública", de la res pública. Porque ni los colores son casuales: el amarillo (amarillismo) de las radios que promueven en los taxis el sensacionalismo-amarillismo (estigmatización/linchamiento) constante. El no diálogo político.

"Seguramente pasarán muchos menos para que una verdadera movilización de las fuerzas culturales, humanísticas, críticas, analíticas, científicas y tecnológicas del país, reaccione con argumentos novedosos y congregantes ante estos macaneos vergonzosos, al gusto de una nueva clase de lúmpenes-empresarios. Hay que decirles que están secas las pilas de esos timbres que van a apretar", afirma González.

El falso "bus“ donde Macri simula estar con "pasajeros" de verdad, es un resumen de su política comunicacional: demagogia y simulación. Vender mentiras. Puestas en escena. Globos de colores. Mise en Scene: lo único que podemos hacer desde la cultura para contrarrestar esto, estimado Horacio, es apelar a lo único que sabemos hacer: frente al marketing y el vaciamiento de las ideas y los debates (el vaciamiento de la palabra, de la noción de deber civil, frente a la banalización constante del compromiso político, frente a la banalización de la militancia), responder con la cultura, la palabra, la poesía: la política. Volver a situar el discurso político como discurso develador de verdades incómodas y criticas con el verdadero poder, aquel que como dijo Saramago, es invisible, no se muestra, y no va a elecciones. Nadie lo elige y no se hace ver: y no le gusta que lo nombren. Que lo señalen con el dedo. Y eso fue lo que se hizo durante una década: mostrar lo que no podía ser mostrado (el verdadero poder detrás del poder formal), juzgar lo que no podía ser juzgado, decir lo que estaba prohibido mencionar. Volver más democrática la cultura y la sociedad, visibilizando poderes que condicionan nuestra vida, pero no se hacen ver, no se dejan ver, no van a elecciones. Mostrando al país la verdad. Hacerlo tiene un costo. Nada es gratis. Nada es fácil. La gran victoria de la oposición mediática fue precisamente esa: no haber enhebrado un discurso consistente propio (que no tienen), sino haberle quitado valor, espesura, "peso ético" y moral a nuestra palabra. Nos han robado la palabra. Y lo han hecho de un modo muy sencillo, ya estudiado por Ibsen y las neurociencias: la estigmatización. Con la estigmatización lograron proscribir e imponer el silencio, renunciando a todo debate político. (Hay honrosas excepciones en todos los medios, gente digna que aun intenta debatir, dialogar, decir verdades incómodas)

Reemplazando la palabra política (que ponía y puso esos poderes en cuestión, los nombra, los desvela en los dos sentidos de la palabra, en una ambigüedad sugestiva) por el marketing y el "managment", por el "coaching" de ocasión de gurúes extranjeros. González olvida una pata importante de la propaganda pro-amarilla-globos vacios: la estigmatización a priori del que piensa diferente. Una vez estigmatizado todo lo "K", el terreno arrasado queda listo para una verdadera puesta en escena, donde se desdibuja –desdibujada la palabra política- la linea tajante entre mentira y verdad. En el marketing nada es mentira y nada es verdad. En la política sí. En el marketing la palabra no cuenta. No sirve. Se puede contratar actores para que simulen ser pobres pasajeros al costado de un camino en un bus rodeado de guardaespaldas. Esa escenificación es lo que se "ve". Lo que tenemos que hacer, Horacio, como en el caso del Bus, es mostrar el "detrás de escena", donde se esconde lo "falso" (y a su vez verdadero: el verdadero poder, que usa, incluso al presidente, junto a los otros "actores", como genuinos "títeres").

Mostrar dónde están y quién mueve los hilos, incluyendo los hilos detrás del presidente, que es otro actor. Son todos actores. Por eso Durán Barba dice con razón que él "no trabaja para el gobierno ni el Pro". Está por encima. La tarea es descubrir quién es el títere y quién lo mueve. Y para qué. De qué se trata el espectáculo que vemos. A dónde apunta. Dónde termina. A dónde nos conduce. El presidente, en ese bus falso, no es el presidente: es un actor más. Son todos actores: pasajeros falsos y ministros "falsos". Incapaces de decir la verdad. Lo único que nos queda es empezar un nuevo camino político y cultural, donde la palabra (la palabra prohibida, la palabra política, que señala a esos verdaderos poderes, que manejan los hilos) vuelva a contar. Vuelva a nombrar. Vuelva a mostrar. Donde la verdad vuelva a tener un sentido crítico. Donde la mentira y la verdad no sean simples puestas en escenas, meros "relatos".

Durán Barba simplemente, Horacio, vio una oportunidad y la aprovechó. Vio que los medios no generaban debate, no generan conciencia: vio que podían ser funcionales a un candidato vacío, light, anti político. Sin programa. Sin discurso. Donde todo es show. Donde todo es como el bus detenido: algo falso. Una puesta en escena. Un engaño a la sociedad. Una falsa promesa de “cambio” en lo que no se puede cambiar. Para luego hablar de que los pobres son “estructurales”, son “estructura”, y de que todos los planes para sacarlos del pozo y el olvido tienen un enorme “costo” fiscal, que no analizan a la hora de sobreendeudar al país en los centros financieros, que solo especulan, nunca producen nada. Fugan ganancias. Juegan con el hambre.

Los medios tienen la capacidad de revertir esto, de advertirle esto a sus lectores. No lo han hecho. Ni antes ni ahora. Ni en dictadura ni en democracia se han atrevido a cruzar esa linea, a dar ese paso, que supone dejar la banalización, dejar el espectáculo, decir las cosas. (porque hacerlo supondría quedarse sin “lectores”, ese es el “precio a pagar”, dijo Rousseau: quedarse solo)

Pero ser íntegro, tener unos principios. Ettiene de la Boetie ya lo vio en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Llamar a las cosas por su nombre. De eso se trata la política. El pan y circo no quiere que las cosas lleven un nombre. Prefiere que ciertos mecanismos queden invisibles y que la política sea “distracción”, show, mirar para otro lado. No donde hay que mirar, poner los ojos. No ver. Como con el obelisco de pan dulce, 1979: 30 mil muestras de pan. Eso comieron los paseantes. Eso era el “arte”. Hoy volvemos a re-discutir el número. Pero no lo que pasó. Lo tienen que hacer (nombrar) la cultura y la política. La palabra. La reacción es empezar por asumir el discurso prohibido. No desligarse de él, siendo funcional a la apatía política y la escenificación. Mostrar que lo verosímil (el diálogo de un presidente con pasajeros de un bus detenido en Pilar) puede ser falso. Un engaño deliberado y estudiado minuciosamente: organizar y estudiar la capacidad de mentir. Eso es el marketing. Eso no es la política.

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