La pregunta

¿Para qué sirve el capitalismo neoliberal?

Numerosos autores se han hecho la pregunta que sirve de título a este ensayo, sobre todo en tiempos de crisis. Y es bien conocida la tendencia del capitalismo a las crisis. Ninguna ha adoptado las características de la actual, con la irrupción de una pandemia que acelera los efectos ya graves de la crisis del 2008-9 y los potencia en una escala global.

¿Para qué sirve el capitalismo neoliberal?

Por Federico J. Fritzsche para la UNGS // Miercoles 13 de mayo de 2020 | 09:20

El punto que pretendo poner en discusión radica en que otras etapas del capitalismo muy estudiadas (mercantil, industrial, monopólica, fordista, etc.) han tenido su propia lógica y sus sectores sociales y fracciones del capital más o menos favorecidos. En cambio, esta última fase, neoliberal, financiera y globalizada, exacerba el carácter económicamente ineficiente del capitalismo al punto de volverlo inútil, sin sentido. A menos que se considere razonable la concentración que implica que menos de cien multimillonarios ganen lo que la mitad de la humanidad.

Toda esta situación se viene profundizando desde hace dos o tres décadas, con el agravante de que esta pandemia revela en toda su crudeza la incapacidad de las relaciones sociales de producción capitalistas para resolver los gravísimos problemas sanitarios y sociales, en general, que la expansión del Covid-19 están provocando.

Dejando por un momento de lado la cuestión de la guerra bacteriológica entre potencias rivales y hasta qué punto pueden estar involucrados grandes capitales (laboratorios) en la proliferación del virus, lo cierto es que cuando la salud pública queda librada a los mecanismos del mercado en tiempos de crisis sanitaria, el resultado es un fracaso trágico y rotundo.

Podemos enunciar, como primer elemento de prueba, que los estados-naciones cuyos gobiernos se han pronunciado en favor de los principios neoliberales (pongamos por caso, Estados Unidos y Gran Bretaña) son los que encabezan la lista de número de enfermos activos de coronavirus. Y en el caso de la gran potencia del norte también lideran en el número de decesos (de acuerdo a los datos suministrados por la Organización Mundial de la Salud).

En nuestra región, el gobierno del Brasil, empeñado en sostener a rajatabla la “libertad de mercado”, ha logrado, con su inoperancia e irresponsabilidad, que este país sea el más afectado, por lejos, en toda América Latina. Situaciones análogamente trágicas se viven en Perú, Ecuador o Chile, con una gestión procapitalista y neoliberal de la crisis sanitaria. Algo parecido puede sostenerse respecto a la lentitud de reacción de los gobiernos italiano y español.

Cabe aclarar que ninguna sociedad ni estado está a salvo de esta pandemia: los números de muchos países son alarmantes, incluyendo algunos en los que las políticas públicas de salud vienen siendo más activas e inclusivas. El tema es que la mitigación de las consecuencias y la eventual salida de esta crisis sanitaria (social y económica) mundial dependen de estrategias colectivas con una participación activa del Estado, o mejor, de los estados-naciones, operando de manera articulada. Es decir, lo contrario de la propuesta individualista del capitalismo neoliberal cuya hegemonía está puesta en jaque como nunca antes en la historia.

Y esto se relaciona con el carácter expansivo y, últimamente, especulativo de este sistema. Las medidas contra la pandemia exigen cuarentena, aislamiento social y repliegue de la actividad económica, lo que va en contra de la esencia misma del sistema. Por eso, no encuentra (ni busca) herramientas alternativas de salida. Sin trabajadores (sin trabajo) no hay plusvalía y, por lo tanto, no hay acumulación. Y si bien algunas actividades pueden subsistir por intermedio del trabajo a domicilio, para muchas otras se hace difícil.

El precio de un producto esencial como el petróleo ha llegado a números negativos. O sea, en términos marxistas, que esa mercancía, con un reconocido valor de uso, no tiene valor de cambio, o peor (para el capital): hay que pagar para que se lo lleven. A su vez, la desigualdad social en la distribución de los recursos se exacerba en esta coyuntura porque se tienden a bloquear los mecanismos de redistribución. A menos que se incurra en políticas “estatistas, populistas o comunistas”, como les gusta etiquetar a los desconcertados economistas mediáticos del establishment capitalista neoliberal.

Se me ocurren algunos ejemplos con implicancias socioeconómicas y territoriales de la incapacidad del capitalismo neoliberal para generar alternativas ante esta inédita situación catastrófica. Ante la disminución de la demanda en muchos rubros, incluido el alimenticio, la reacción de las fracciones dominantes del capital han sido principalmente dos: el acaparamiento, el virtual desabastecimiento y el aumento descontrolado de los precios. Es decir, ante una situación crítica, de mayor necesidad, se reacciona cíclicamente, o sea, potenciando los efectos de la propia crisis. Por ejemplo: ante la mayor necesidad de alcohol, barbijos, repelente e insecticida (por la epidemia del dengue, también muy grave en nuestro país), la respuesta y el resultado de la organización capitalista es: “no hay” o “valen 4, 6 o 10 veces más”. Generando, obviamente, más problemas, más ineficiencia, más pobreza, desigualdad y crisis sanitaria.

Al respecto el discurso económico dominante repite hace décadas la falsa convicción según la cual la política económica debe orientarse prioritariamente a generar las condiciones necesarias para atraer capitales. ¿Para qué? –me pregunto. ¿Para esto? ¿Para que no haya alcohol ni insumos esenciales? ¿Para que falte o aumente desproporcionadamente la harina, el aceite o la leche, como propugnan los oligopolios cartelizados? O peor aún: ¿para que vendan carne podrida, como en el caso de una gran cadena de supermercados que forma parte de un oligopsonio?

Otro ejemplo: antes del mes de cuarentena la respuesta de grandes capitales a la crisis (en nuestro país y en EE.UU., entre muchos otros) fue despedir trabajadores o reducir los salarios entre el 20 y el 50%. Otra vez, en lugar de potenciar la demanda y el mercado en momentos de contracción económica inédita generada por una pandemia de escala mundial sin precedentes, se prefiere achicar y concentrar la torta, potenciando y acelerando los efectos de la crisis.

Otro ejemplo más: ante la inusitada contracción y escasez económicas generadas por la emergencia, los estados están teniendo que reasignar una enorme proporción recursos hacia la salud pública para enfrentar la pandemia, por un lado, y hacia la contención y redistribución económica, por el otro, para atender a las necesidades de los sectores sociales más vulnerables y afectados por la crisis. Eso pone en riesgo la propia sustentabilidad financiera del sector público, para lo cual se recurre a gravámenes extraordinarios a los sectores privilegiados de la economía (capitalistas multimillonarios que concentran buena parte de la riqueza). Esto ocurre en varios países de Europa. En el caso argentino se llega al extremo de intentar por todos los medios impedir que los poderes del Estado puedan actuar en ese sentido. Hay un coro de gritones (empresarios, voceros de empresarios disfrazados de dirigentes políticos y periodistas, “economistas” mediáticos asociales y, finalmente, dirigentes políticos de muy baja estatura moral) que pretenden impedir sesionar al congreso para que el poder legislativo no sancione una norma que lo permita. Y lo peor, con argumentos que van de la estupidez al golpismo, pasando por la contradicción, el servilismo y el chantaje.

Por último, para abreviar: los bancos, en lugar de inyectar crédito en la economía para compensar su repliegue, hacen todo lo contrario: restringen el mercado porque desconfían de la capacidad de pago de los deudores. Un caso real de hoy: una entidad bancaria privada bloquea las cuentas de jubilados y pensionados porque exige la prueba de supervivencia que el Estado nacional suspendió mientras dure la cuarentena. Es decir, el capital yendo en el sentido antagónico del interés público, representado por el Estado. Y esperemos que la norma pueda hacerse respetar para lograr lo básico: el cobro de haberes por parte de uno de los sectores sociales más vulnerables y sanitariamente en riesgo.

Y las dimensiones territoriales de esta nueva situación también son inusitadas. Las cuarentenas focalizadas que proponen varios gobiernos exigen una planificación territorial (incluida la escala urbana) que ninguna política neoliberal estuvo jamás dispuesta a implementar. Y esa es la mejor manera de controlar en lo posible la expansión de los contagios. Pero la planificación urbana y territorial siempre fue una mala palabra para el capitalismo neoliberal, porque su discurso sostuvo la fe ciega en la mano (invisible) del mercado como óptimo organizador social (y territorial). Y los resultados están a la vista, hoy más que nunca: librados a las fuerzas del mercado, los territorios, las sociedades y las ciudades son ineficientes, desiguales e injustos. Como ocurre con la propagación social, demográfica y territorialmente explosiva de la pandemia en los estados líderes del capitalismo neoliberal: EE.UU., Gran Bretaña y sus (buenos o malos) seguidores.

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